La educación, para los filipinos, es un objetivo muy codiciado. Existe la creencia generalizada entre las masas de que la educación puede allanar el camino para salir de la pobreza (Gillian, 2009). La gente de este país haría todo lo posible por enviar a sus hijos a la escuela y equiparlos para una carrera que, con suerte, mejoraría sus vidas. La consideración de la educación en este país es muy alta, como se refleja en su asombrosa tasa de alfabetización del 97%, tanto para hombres como para mujeres (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], 2011). En algunos hogares de Filipinas, el nivel de educación alcanzado por los miembros de la familia se alardea reservando el lugar más grande de sus paredes para un diploma, junto a un crucifijo o una réplica de gran tamaño de utensilios de madera para comer (Sta. Romana-Cruz y Llana, 1997).
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