Todo libro tiene una historia que comienza antes de la primera página. La historia de este libro empezó en pequeñas habitaciones en las que pacientes agotados por su interminable periplo de pruebas no concluyentes, resultados normales en las pruebas de imagen y prescripciones repetitivas de analgésicos decían más o menos lo mismo:"Los médicos dicen que está en mi mente, pero me duele el cuerpo. Entonces, ¿quién va a oír mi verdadero dolor?".Durante los últimos diez años, he estado sentado en esas salas de conversación. He visto, una y otra vez, cómo una simple punzada en el pecho puede transformar el corazón no como un órgano biológico, sino como un símbolo cruel de muerte inminente. He sido testigo de cómo un pequeño picor en la piel puede desdibujar la frontera entre la identidad y la ansiedad hasta convertirla en una cicatriz que se reabre con cada rasguño. A lo largo de estos años, me he dado cuenta de que, a menos que la neurociencia, la psicología cognitiva y el arte compasivo de la orientación conductual se unan, se crea un círculo vicioso de dolor, miedo e impotencia que desgasta tanto al clínico como al paciente.				
				
				
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