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Andresini Pastranini llegó al poder con la sonrisa impecable, el peinado intacto y la promesa celestial de traer la paz. El país, ingenuo y esperanzado, creyó que el heredero de la diplomacia de cóctel y las fotos presidenciales de revista lograría lo que nadie: hacer que las FARC cambiaran el fusil por la flor. Pero lo que empezó como un sueño de paz terminó como una tragicomedia nacional en tres actos: la silla vacía, la zona despejada y el despecho colectivo.
Desde el primer día, Pastranini quiso jugar al estadista global, ese que saluda a Clinton, sonríe ante el Papa y se sube a cuanto
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Produktbeschreibung
Andresini Pastranini llegó al poder con la sonrisa impecable, el peinado intacto y la promesa celestial de traer la paz. El país, ingenuo y esperanzado, creyó que el heredero de la diplomacia de cóctel y las fotos presidenciales de revista lograría lo que nadie: hacer que las FARC cambiaran el fusil por la flor. Pero lo que empezó como un sueño de paz terminó como una tragicomedia nacional en tres actos: la silla vacía, la zona despejada y el despecho colectivo.

Desde el primer día, Pastranini quiso jugar al estadista global, ese que saluda a Clinton, sonríe ante el Papa y se sube a cuanto avión tenga bandera extranjera. Gobernó más desde las nubes que desde el suelo: su relación con Colombia era como con su maleta diplomática, pasajera. En tierra, el país se hundía entre secuestros, paramilitares y una economía que colapsaba como el peinado del presidente bajo la lluvia. Mientras tanto, el Caguán se convertía en Disneylandia para las FARC: despeje total, barra libre de coca y entrenamiento sin IVA. Pastranini les dio 42.000 kilómetros cuadrados de confianza y ellos, agradecidos, le respondieron con más secuestros y una silla vacía que quedó para siempre en la galería del desengaño nacional.

El famoso proceso de paz se transformó en un reality show con capítulos de suspenso y finales predecibles. Tirofijo, más puntual que nunca en su ausencia, dejó al presidente hablando solo, mientras el país entero veía cómo la esperanza se transformaba en eco. La "zona de distensión" sirvió para distender, sí... pero las piernas de la guerrilla, que caminó libremente entre laboratorios y emisoras clandestinas. Pastranini firmaba acuerdos con la misma velocidad con que la paciencia nacional se agotaba.

Y por si la guerra no bastaba, llegó la recesión. El 99 fue el año en que los bancos lloraban y el pueblo pagaba los pañuelos. El famoso UPAC se volvió un impuesto al sueño de tener casa, y el lema "salvemos a los bancos" se tradujo en "que se hunda el pueblo, pero con estilo". Mientras el país entero ajustaba el cinturón, el gobierno ajustaba los intereses. El Plan Colombia trajo dólares, helicópteros y glifosato, esa lluvia bendita que cayó sobre los cultivos, las vacas y las ilusiones campesinas. El campo floreció... en enfermedades.

Y claro, la corrupción tampoco quiso quedarse atrás. El Chambacú-Gate, la venta del paraíso; las acusaciones de los Rodríguez Orejuela, que juraban que Pastranini jugaba al chantaje con información confidencial; y los paramilitares, que aprovecharon el despeje para florecer a pleno sol. Colombia se convirtió en un país donde todos hablaban de paz, pero nadie la veía; donde los discursos eran más largos que los avances, y las excusas más creativas que las soluciones.

Al final, Andresini Pastranini se despidió como vivió: en vuelo. Dejó atrás un país cansado, quebrado y desconfiado, pero con muchas fotos sonrientes para el archivo histórico. Prometió paz y entregó paciencia; quiso hacer historia y terminó haciendo sátira. Su lema familiar, "Nohra, los niños y yo", se convirtió en símbolo de un gobierno ausente: un presidente que gobernó desde el aire mientras el país ardía en tierra.

Así pasó a la historia, como el piloto permanente de la patria boba, el diplomático que confundió el diálogo con la rendición, el eterno optimista que creyó que el abrazo vencería al fusil. Andresini Pastranini, el niño de bien que dejó al país mal, demostró que en Colombia incluso los presidentes pueden ser poetas del desastre: soñadores con traje, que escriben promesas en el aire... y las borran con turbulencia.

En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.


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Autorenporträt
David Francisco Camargo Hernández. Nacionalidad Colombiano. Escritor, humanista y economista con especialización, maestría y doctorado. Artista plástico. Inventor. Guionista. Becario de universidades europeas. Director Fundación Sueños de Escritor y ediciones Dafra. Premios literarios y académicos en los años 2001-2005-2008-2010-2016-2017 en eventos internacionales. Profesor de posgrado. Investigador CVLAC Colciencias. Conferencista internacional basando los temas en sus propios libros. Propende por una economía «más humana, más igualitaria, capaz de contribuir a mejorar la calidad de vida de la comunidad». En 2010 algunas de sus publicaciones fueron traducidas a varios idiomas. Una de las más destacadas se titula: "cómo regionalizar el país". Y por «su sobresaliente trayectoria literaria y pensamiento