Pero aunque el futuro nos interesa grandemente, lo entendemos muy poco. La incapacidad de los políticos, comentaristas y supuestos profetas para anticipar la continua turbulencia financiera es solamente una evidencia reciente de nuestra inhabilidad para predecir el curso de los eventos venideros, o la naturaleza y la magnitud que tendrán. Una y otra vez, pronósticos pronunciados confiadamente han resultado ser embarazosos para sus autores equivocados.
Muchas veces se ha visto el estudio de la profecía como una ocupación para los excéntricos, creyendo que conviene dejarlo para las personas un tanto desviadas mentalmente. Es difícil excusar o explicar esta percepción, y es dañino para cualquier creyente que aspira lograr una comprensión equilibrada y adecuada de la Palabra de Dios.
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