Nos han enseñado que soltar es perder.
Que dejar ir es rendirse.
Que quien ama, aguanta. Que quien lucha, gana.
Pero no siempre es así.
A veces, soltar es el acto más valiente que puedes hacer.
Porque seguir aferrada a lo que duele, a lo que no está, a lo que se fue...
también te apaga.
Soltar es rendirte, sí...
Pero no ante el dolor, sino ante la realidad.
Rendirte a que no puedes cambiar al otro.
A que no puedes forzar lo que no fluye.
A que no puedes salvar a quien no quiere ser salvado.
Soltar es mirar con ternura lo que fue,
agradecer lo vivido,
y decir: "hasta aquí".
No porque no ames.
Sino porque ahora te amas tú.
Soltar no es debilidad.
Es sabiduría.
Es darte cuenta de que ya no quieres vivir en guerra contigo por mantener algo que ya no está.
Soltar también es sanar.
Y sanar también es permitirte empezar de nuevo, sin resentimientos, sin culpas, sin miedo.
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