Una sola cosa no puede evitarse: la vida (y su contrario, la muerte). Aun con disparidad entre los hombres, todos buscan alguna clase de fin, que no siempre se corresponde con el de los otros en lo aspiracional. Así, coexisten dos grandes problemas metafísicos: qué se busca y cómo se busca. Podríamos catalogar un tercero: que no se busque nada, circunstancia que importa también un problema, pero que no trataremos en nuestro caso. El primero, supone tener en claro el fin buscado y los medios para alcanzarlo; el segundo, cuando menos, realizarlo en la coexistencia con el otro, porque no es posible la soledad de la búsqueda sin la agonía del egoísmo. El progreso y otras cuestiones distraen a la especie humana de la solución del problema, pero la intuición nos dice que el problema sigue allí. Einstein sostenía que existía un miedo a la metafísica, emparentado con la creencia de poder deshacerse y prescindir de lo dado a los sentidos. En toda búsqueda, aun cuando se conozca lo buscado, no siempre se encuentra; pero en modo alguno ésto importa decir que no subsiste el problema, y menos aún, que quepa ignorarlo. La manifestación reiterada y sistemática de pasiones, odios, virtudes, y en general inclinaciones humanas, no nos demuestra la existencia por sí mismo de algo que esté más allá de lo físico; pero esa misma reiteración histórica y permanente, nos descarta la posibilidad de un caos y reafirma la existencia de un orden dado; su sola reiteración no muestra evolución humana alguna, por el contrario, la niega, afirmando alguna clase de diseño original que subsiste. Basta un ejemplo: nacemos y morimos; ésto no ha cambiado. Otra formulación de naturaleza borgeana: Caín sigue matando a Abel. En esta modernidad, hay preguntas que no se formulan y no se responden, garantizando la hoguera del consumo, la simplificación de la palabra y la evitación de la idea. Nada escapa a una realidad ignorada por oficio de lo banal, ni a un destino sospechado, pero a la par, ocultado por miedo o por soberbia. Una curiosa observación de Umberto Eco en Cinque Scritti Morali, nos conduce a establecer una paradojal relación entre el software y la entidad a la que se le llama alma, toda vez que el mundo de la electrónica transfiere mensajes de un lugar a otro sin perder sus características, y sobreviven como un inmaterial algoritmo cuando abandonan un teléfono y se trasladan hacia una computadora, recordando imágenes, recados, es decir, conservando sus propiedades originarias; por esta vía explicaba la posibilidad de la muerte y la resurrección -aun si decirlo explícitamente-, debido a la conservación en algún lugar del algoritmo intangible del alma, que luego de la desaparición física, permitiera su reproducción exacta. Una intrigante provocación, proveniente de un confeso agnóstico. Con el recuerdo del filólogo italiano, esa paradoja invitaría a pensar que existe el Espíritu Santo, toda vez que hasta la palabra ghost fue utilizada por la informática en sus primeros tiempos, y mediando esta tecnología, resulta sencillo escribir en español con el programa adecuado, y efectuar una traducción simultánea a múltiples idiomas. Todo ello, mediante una interminable e incomprensible combinación de numeritos binarios. Claro está, que una sugerencia de esta naturaleza, nos llevaría a pensar que la humanidad se ha vuelto religiosa sin saberlo, por la sumatoria de la Gracia de aquel miembro de la Trinidad y la creciente adicción a las pantallas, y en función de lo expuesto, se manifiestan sus dones, tales como el de hablar todas las lenguas y la ubicuidad universal. Proponemos dejar esta cuestión para otra oportunidad. He aquí, algunos aportes que reflexionan acerca de las dudas del ser y una diatriba contra la comodidad del estar.
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