En uno de los momentos más significativos de su ministerio, Jesús levantó su voz y proclamó: ¡Todo el que tenga sed puede venir a mí! ¡Todo el que crea en mí puede venir y beber! Pues las Escrituras declaran: de su corazón, brotarán ríos de agua viva. Hablaba del Espíritu Santo, quien sería derramado sobre todos los que creyeran en Él. La imagen de ríos de agua viva es impactante. Jesús no habló de un pequeño arroyo, ni de una cisterna, ni siquiera de una corriente única. Dijo ríos -en plural- que brotarían desde el interior del creyente. Su promesa describe una vida interior exuberante que fluye constantemente, llevando vida por dondequiera que pasa. Cada vertiente de la obra del Espíritu puede entenderse como un río que brota del corazón, desde nuestro ser interior, llevando la vida de Dios hacia cada área de nuestra existencia y aún, hacia otros. ¡Vamos, abramos nuestro corazón a Él, permitiendo que sus ríos fluyan a través de nuestro ser!
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