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'Claudio y Suzy aparecieron del fondo de una habitación con pequeños maletines de viaje: era la despedida. Salimos todos a la calle, donde había aparcado, y allí, en la mitad de la nada, vi a Memo, el gran Memo, postrarse frente a Claudio, tenderse en el piso sucio frente a su maestro. Claudio, como pudo, lo levantó, pero Memo seguía hincado, con los ojos bañados en lágrimas y las manos sobre su pecho, rezando y gimiendo: 'No me abandones, maestro, no me dejes'. Claudio no supo qué hacer, era como si su grandeza no lo dejara doblarse. Memo le entregó su rosario, la japamala que lo acompañó en…mehr

Produktbeschreibung
'Claudio y Suzy aparecieron del fondo de una habitación con pequeños maletines de viaje: era la despedida. Salimos todos a la calle, donde había aparcado, y allí, en la mitad de la nada, vi a Memo, el gran Memo, postrarse frente a Claudio, tenderse en el piso sucio frente a su maestro. Claudio, como pudo, lo levantó, pero Memo seguía hincado, con los ojos bañados en lágrimas y las manos sobre su pecho, rezando y gimiendo: 'No me abandones, maestro, no me dejes'. Claudio no supo qué hacer, era como si su grandeza no lo dejara doblarse. Memo le entregó su rosario, la japamala que lo acompañó en la cárcel, y Claudio lo recibió. Suzy corrió al lado de Memo y, en el mismo suelo, se fundieron en un abrazo. 'No se dijo más. Por el retrovisor, vi a Memo en mitad de la calle. Estaba cerca de la muerte, muy flaco, rapado, con una mano en alto, y se veía lloroso, triste, como el humano más triste que vi nunca. Claudio no dijo nada, solo "Adiós", y nos fuimos. Suzy, en la parte de atrás, pegada al vidrio, lloraba, y Claudio, a mi lado, miraba en silencio el camino mientras repasaba las semillas del rosario. Y no se habló, no se respiró, ni siquiera mientras dejábamos el Estado de Morelos, cuando enfilamos hacia Puebla y vimos el imponente volcán Popocatépetl. Entonces, justo cuando pasamos au lado, brotó una enorme explosión de la nada y salió una gran nube, una fumarola gigantesca. No dije nada, solo salí de la carretera y aparqué a un lado. Claudio bajó de inmediato, aliviado, como buscando respirar; apoyó las manos sobre el carro para no caerse y, entonces, mirando la montaña, lloró en silencio; lloró por Memo'. JORGE LLANO del Epílogo