Como abogado, no puedo aceptar la idea de que los derechos humanos sean administrados como privilegios ideológicos. La universalidad no admite excepciones, si la dignidad humana se respeta solo cuando conviene, entonces no estamos frente a un principio ético, sino frente a un instrumento de poder. Y esa es, precisamente, la mayor contradicción de nuestra democracia.No escribí estas páginas para justificar delitos ni para negar responsabilidades históricas. Quien lea estas líneas con esa expectativa se equivoca, mi propósito es otro: mostrar cómo Chile, en nombre de la memoria, ha instalado un sistema de venganza que viola las mismas normas internacionales que proclama respetar.Un país que cita a Nelson Mandela en Naciones Unidas, pero que ignora las Reglas Mandela en su propio territorio, no puede proclamarse campeón de la dignidad.Este libro es una denuncia, pero también una invitación. Una denuncia contra la hipocresía del Estado, la complicidad de la prensa, la selectividad del poder judicial y el silencio de la sociedad civil y una invitación a repensar de manera honesta el futuro de nuestra memoria nacional.
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