La noche caía sin prisa, como si el tiempo dudara en dar el siguiente paso. Y con ella llegaban las verdades a medio decir, esas que pesan más que las confesadas. Alguien dejó caer una moneda sobre la mesa. No fue por descuido, no. Era una señal, tan clara para los presentes como una mirada sostenida demasiado tiempo. Una copa se llenó de nuevo, y el cristal tintineó con un filo que cortaba más que cualquier cuchillo.
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