En general, se observa una paradoja. Por un lado, existe un deseo auténtico por parte de muchos creyentes de recibir dones espirituales, entre ellos el de profecía (1 Co 14:1). Por otro lado, se observa una creciente comercialización y espectacularización de este ministerio, que a menudo se reduce a la predicción del futuro, la revelación de secretos o la promesa de milagros financieros. Las conferencias internacionales, como la mencionada en las fuentes sobre Pentecostés 2025, ilustran esta vitalidad, pero también la necesidad de un marco. El modelo de Samuel, profeta íntegro y desinteresado, ofrece un contrapeso crucial.
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