La escritura implica una actividad motora de representación gráfica de la estructura del lenguaje, por lo que se considera una actividad praxica. Nuestra cultura es muy rica en signos dibujados o escritos. Desde sus primeros contactos con el mundo exterior, se pide a los niños que interactúen con los signos que les ofrece esta cultura, entrando en contacto continuo con los estímulos que provienen de esta cultura letrada. La evolución gráfica del niño es el resultado de una tendencia natural, expresiva y representativa, que revela su mundo particular, donde la interacción social tiene un peso decisivo. Por lo tanto, escribir de forma legible se ha convertido en una capacidad indispensable para que el individuo se adapte e integre en el medio social. No es raro encontrar niños con incapacidad para escribir, con letra fea, con dificultad para trazar líneas rectas, sin ninguna lesión neurológica, ni desviaciones psicológicas o deficiencias intelectuales. La aplicación de la Escala de Disgrafía permite detectar escrituras irregulares.
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