Pudiéramos pensar en las palabras como una metáfora de la construcción de nuestra vida; convertirlas en figuración de muchas cosas: de propósitos, elecciones, predicciones; transformarlas en conjuro de remordimientos, proclamación de certezas; utilizarlas no solo para lo que es el objetivo natural de la voz humana -entendimiento con nosotros mismos y con la realidad- sino también para ofrecernos respuestas, para reunir recuerdos y anhelos de porvenir, para acercar lo disperso y pluralizar lo semejante; para entregarnos a ellas y refugiarnos en ellas. Y es que "entregarse" o "refugiarse" bien pudieran resultar contundentes sinónimos...
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