Ya desde pequeño, Leonhard Euler lo traducía todo a números: desde las medidas de las baldosas de la cocina, hasta la temperatura de la sopa o el tiempo que tardaba en lavarse los dientes.Y es que a principios del siglo XVIII, Suiza no era famosa sólo por su chocolate y sus reloj es, sino que también era el lugar de nacimiento de los matemáticos y c ientíficos más importantes del momento; como el propio Euler, sin ir m ás lejos, para quien lo más importante no eran la fama ni el reconocim iento, sino contagiar a los demás su pasión por las matemáticas.
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