Desde que Clarissa era una niña con moño apretado y más purpurina que una fiesta de disfraces, soñaba con volar... aunque fuera dando volteretas sobre una viga de diez centímetros. Su gran momento llegó en el Campeonato de España de gimnasia artística, donde las cámaras la enfocaban, el público contenía el aliento y ella se sentía invencible. Hasta que, en un segundo digno de telenovela, su mundo se apagó: se desmayó en pleno ejercicio y cayó como marioneta sin hilos.El diagnóstico fue tan inesperado como un cactus en la Antártida: su corazón tenía más problemas que una novela de misterio. Los médicos, con sus batas y caras serias, no tardaron en soltar la palabra que cambia vidas: trasplante.Milagrosamente, el nuevo motor que le instalaron funcionó de maravilla. Pero había un pequeño detalle: su carrera como gimnasta se quedó en el baúl de los recuerdos, junto con sus maillots brillantes y sus sueños olímpicos.
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