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Conocer a Dios, por medio de experiencias directas personales, es el primer objetivo del alma si se aspira a disfrutar de la paz plena de la mente y del gozo interno del corazón. No basta saber que Dios existe, es necesario desarrollar el crecimiento espiritual para vivir conscientemente nuestra relación íntima del Ser con Él todo el tiempo. Nuestra realidad está definida por nuestro campo de conciencia. Si Dios está ausente de ella, creeremos que existimos separados de Él, que Dios es una sustancia, un Espíritu diferente de nuestra alma. Este es el error propio del intelecto, derivado de la conciencia embriagada en la percepción de los sentidos y en la materia. Si no gozamos de un mínimo de realización de Dios, en forma automática reaccionaremos ante la fuerza de las circunstancias y no impondremos la voluntad de nuestro espíritu que nos viene de Él. Bajo la influencia de la percepción de la materia solamente y de la realidad objetiva, desprovistos del campo ilimitado de la realidad subjetiva, que es la causa y apoyo del mundo tal cual lo conocemos, viviremos como mendigos, cuando somos reyes de la Creación.