Cuando muchas personas siguen viendo una oposición, una barrera infranqueable, entre la fe cristiana y las experiencias humanas, y por otra parte son cada vez más las que ya no aceptan la fe cristiana basándose simplemente en la autoridad ajena, está claro que el camino y el lugar para el encuentro con Dios pasa por y consiste en la experiencia personal, pues 'Dios se precede a sí mismo en el corazón de los hombres' (K. Rahner), 'está como el sol sobre las almas para comunicarse a ellas' (Juan de la Cruz), y 'se da a conocer en y a través de experiencias humanas' (E. Schillebeeckx). La experiencia de Dios no es algo extraordinario ni lejano: 'en él somos, nos movemos y existimos' (Hch 17,28). Éste es el principio del que parten todos los místicos. Aunque quizá todavía estamos lejos de entender lo que significa esa experiencia, y más aún de una acción pastoral adecuada que permita pasar de un cristianismo 'sólo practicante', o 'sólo militante', a un cristianismo de vida teologal, de experiencia mística.
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