Para leer esta historia, te aconsejo que te pongas una nariz de payaso. Si no tienes una a mano, cierra los ojos e imagínatela. O piensa en aquel día en que te pusiste una y se te escapó una sonrisa, o en aquel otro en que hiciste payasadas y a tus amigos les acabó doliendo la barriga de tanta risa. Sin embargo, mira tú que este cuento no es de risa. Al menos, al principio...
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