La pobreza, un estado de extrema pobreza que despierta lástima, ha seguido diezmando la población mundial a lo largo del siglo XX. Contribuye inevitablemente a la destrucción humana. En Les Célibataires, Henry de Montherlant describe con amarga ironía la miserable decadencia de los aristócratas tras la Revolución Francesa de 1789 y la Primera Guerra Mundial. Vivían en la ruina, la pobreza y el paro atroz, sumidos en la angustia y la desesperación de un futuro incierto. Al mismo tiempo, la miseria enfrenta a los personajes en relaciones conflictivas cada vez más amargas, de incomprensión y crueldad. El problema de fondo es cómo erradicar de una vez por todas esta calamidad social para perfeccionar la condición humana. Lejos de ser una lacra social a reprender, la pobreza aparece, sin embargo, como un reto para que los gobernantes tomen conciencia y asuman el papel que les corresponde en el proceso de erradicación total de esta enfermedad social que socava el pleno desarrollo de la humanidad.
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