Paul Newman se inscribía en la tradición de actores como Clark Gable y Gregory Peck, que alcanzaron fama y prestigio a base de arar un solo surco. Su talento era limitado, pero eran consumados profesio¬nales, con una capacidad para moldear cualquier papel según los contornos de su propia personalidad. El personaje de Newman en la pantalla era esencialmente pícaro: un hombre con el que el público no podía dejar de simpatizar por enormes que fueran sus defectos. Podía interpretar su papel para provo¬car una sonrisa, como en æDos hombres y un destinoÆ, para generar atractivo sexual, como en æEl largo y cálido veranoÆ, o para mostrar una arrogancia ignominiosa, como en æHud, el más salvaje entre mil.Æ De Paul Newman se recordará siempre su primer plano, espléndido y hermoso a cualquier edad, en su juventud, en su madurez y en su vejez: el tiempo pudo con él, pero no con su llamativa fascinación. Incluso para morir eligió su lugar, su modo y su ley. Como actor tenía una presencia imponente, domi¬nando la pantalla por la fuerza de su personalidad. Le valió una abultada serie de nominaciones al Oscar en películas
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