En su célebre obra Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt argumentó de manera convincente cómo la autoridad y la obediencia ciega conducen al mal. De nuestro análisis anterior se desprende con claridad que el uso de la fuerza o la amenaza de castigo no son justificables para garantizar los derechos. Solo crean una fachada de conformidad con los derechos sin abordar las cuestiones subyacentes de los derechos y las responsabilidades. El derecho es una construcción social y no al revés. Negar esto es como crear una megaestructura de leyes con atributos divinos de inmutabilidad. Según Ponty, 'el recurso a los lazos sociales no puede considerarse una explicación de la religión o de lo sagrado, a menos que se convierta lo social en una sustancia inmutable, una causa universal, una fuerza vaga definida únicamente por su poder de coacción'.
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