Cuando Sigmund Freud proclamó la magnificencia divina del hombre protésico en 1930, quizá no era consciente de los límites más allá de los cuales se extendería, literalmente, tal afirmación. En un breve examen sociohistórico de los avances tecnológicos, psicológicos y artísticos, se revela que las tecnologías visuales y las imágenes, en particular los artefactos dialógicos de las artes, han sido sistemáticamente privilegiadas con la capacidad de reflejar, traducir y ayudar a la psique. Esto es lo que Lev Manovich denomina 'prótesis cognitivas': los procesos mentales internos externalizados de la psique humana y, por lo tanto, en términos cartesianos, extensiones del cuerpo. Sin embargo, a medida que los desarrollos ideológicos de la encarnación revelan la problemática inherente a la polarización cartesiana, el ocularcentrismo y el privilegio de la cognición en los que se basa fundamentalmente la prótesis cognitiva se ven amenazados. Aquí se abrazan ideas de encarnación más allá de lo biológico. A medida que la tecnología se vuelve cada vez más invasiva, la realidad y el espacio se reimaginan y, al mismo tiempo, se redefinen la cognición y la autonomía.
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