En menos de cuatro años viví en Nueva York, Berlín, Roma y Londres. 'Es muy raro cambiar de ciudad tan rápido, nadie hace eso', me dijo alguien. Y era cierto, la mera enumeración de esas ciudades delataba una peculiar inquietud; aquella época me había planteado numerosas preguntas: ¿Qué convierte al turista en residente? ¿Cuántas ciudades puede asimilar una persona a lo largo de su vida? ¿Qué versiones de ti mismo puedes inventar en el extranjero? ¿Qué ventajas esconde hablar mal un idioma? ¿Qué sucede cuándo vuelves como turista a una ciudad que una vez fue la tuya?
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