Cuanto más instruida es una persona, más vulnerable es a la vanidad. La vanidad se refina a medida que una persona desarrolla su educación formal, pero no deja de aparecer en las sutilezas de los gestos y el habla, siempre está al acecho y aprovecha cualquier pequeño resquicio en las actitudes y las acciones. La mayoría de los hombres se rinden a este elemento, existe para algo, para ser una palanca que impulse tanto su crecimiento como su caída.
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