Encontrarse con Borges a los veinte años fue, tal vez, un desperdicio. En la mocedad es posible ejercer la fuerza o el desenfreno, nunca el talento. En esa oportunidad, ¿qué podía uno preguntar al anciano ilustre, «un hombre trabajado por el tiempo», si ya lo había respondido todo? Otros dos interlocutores más, ¿qué examinarían de él que no lo hubiera dicho en su largo camino por el mundo?
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