En sus albores, el comercio marítimo estuvo ligado a la supervivencia misma. Las primeras embarcaciones, hechas de troncos huecos o cañas unidas, eran herramientas rudimentarias para cruzar ríos y lagos en busca de recursos. Sin embargo, pronto los navegantes primitivos descubrieron que el mar ofrecía mucho más que una fuente de alimentos. Era una vía de comunicación y una oportunidad de prosperidad. Las balsas y canoas evolucionaron, y con ellas, las ambiciones humanas. La necesidad de comerciar excedentes y adquirir bienes que no estaban disponibles localmente impulsó a las comunidades a aventurarse más allá de las costas conocidas.
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