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Había un tiempo en que la moneda colombiana podía mirar al dólar de frente y casi reírse de su fama internacional. Los billetes y las monedas circulaban con un orgullo que hoy parece imposible, como si cada pieza de cobre, plata o papel llevara impresa la promesa de estabilidad y respeto.
Cada peso era tratado como un invitado de honor: se contaba, se cuidaba y se valoraba con la misma solemnidad con la que se recitaban los sermones del domingo. La idea de gastar más de lo que se tenía era vista como un pecado grave, casi sacrílego, y quienes se atrevían a desbordar su presupuesto eran…mehr

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Produktbeschreibung
Había un tiempo en que la moneda colombiana podía mirar al dólar de frente y casi reírse de su fama internacional. Los billetes y las monedas circulaban con un orgullo que hoy parece imposible, como si cada pieza de cobre, plata o papel llevara impresa la promesa de estabilidad y respeto.

Cada peso era tratado como un invitado de honor: se contaba, se cuidaba y se valoraba con la misma solemnidad con la que se recitaban los sermones del domingo. La idea de gastar más de lo que se tenía era vista como un pecado grave, casi sacrílego, y quienes se atrevían a desbordar su presupuesto eran motivo de murmuraciones y discreta desaprobación.

Pero, como siempre sucede, los contrastes hacían sonreír: mientras la moneda competía con la más famosa del mundo, las comodidades cotidianas seguían siendo rudimentarias. Las casas conservaban sus secretos de madera y bahareque, los caminos eran rutas de expedición y los utensilios de la vida diaria parecían milagros de ingenio y paciencia.

La modernidad llegaba con cuentagotas, y los pequeños logros de la vida cotidiana -una lámpara que no se apagaba, un molino nuevo en el pueblo- eran celebraciones dignas de un festival local.

La economía, por su parte, se sostenía con prudencia casi religiosa. Cada peso tenía un valor tangible, y la riqueza se percibía más en la capacidad de sostener la familia y el hogar que en exhibiciones ostentosas. La moneda era fuerte, sí, pero la vida cotidiana exigía creatividad, resistencia y un sentido del humor que permitiera soportar los pequeños absurdos: un precio que subía de repente, una tienda que no tenía vuelto suficiente o el billete que misteriosamente desaparecía entre las cuentas.

En ese contexto, surgieron personajes imaginarios que daban vida al dinero: el Peso Aventurero, que se lanzaba a los bancos y mercados internacionales; el Peso Nostálgico, que recordaba los días en que cada billete era un tesoro; y el Peso Rebelde, que desafiaba reglas y expectativas sin pudor. Cada tipología reflejaba no solo la moneda, sino también las aspiraciones, temores y fantasías de quienes la manejaban. La encuesta incluida en el libro, con sus preguntas jocosas y satíricas, revela cuánto afectaba la percepción del dinero la vida diaria de aquel entonces, y cómo el humor convivía con la economía.

Además, las reflexiones finales nos recuerdan que el valor de un peso no se mide únicamente por su equivalencia con el dólar. La verdadera riqueza residía en la capacidad de adaptarse, de encontrar sentido y dignidad en medio de la escasez y la rutina diaria, de valorar cada moneda y cada billete con respeto y afecto. Era un tiempo en que la economía exigía prudencia y la vida cotidiana creatividad, y donde incluso el dinero tenía personalidad, orgullo y, por qué no, un toque de vanidad.

Mirar atrás no es solo un ejercicio de nostalgia, sino un recordatorio satírico y profundo de que la estabilidad y la fortaleza de una moneda no siempre coinciden con el confort de quienes la usan. El peso colombiano de 1917 nos enseña que la economía, la cultura y la vida diaria están inevitablemente entrelazadas, y que la historia del dinero también es la historia de los ciudadanos que lo valoran, lo cuidan y, a veces, lo extrañan con un toque de humor.

Finalmente, entre billetes y monedas, encuestas y tipologías, la historia del peso nos invita a recapacitar con ironía: una moneda puede ser poderosa, tener ego y mirar al dólar de frente, pero sin la gente que la respete y la use, incluso el billete más fuerte corre el riesgo de quedarse en el olvido.


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Autorenporträt
David Francisco Camargo Hernández. Nacionalidad Colombiano. Escritor, humanista y economista con especialización, maestría y doctorado. Artista plástico. Inventor. Guionista. Becario de universidades europeas. Director Fundación Sueños de Escritor y ediciones Dafra. Premios literarios y académicos en los años 2001-2005-2008-2010-2016-2017 en eventos internacionales. Profesor de posgrado. Investigador CVLAC Colciencias. Conferencista internacional basando los temas en sus propios libros. Propende por una economía «más humana, más igualitaria, capaz de contribuir a mejorar la calidad de vida de la comunidad». En 2010 algunas de sus publicaciones fueron traducidas a varios idiomas. Una de las más destacadas se titula: "cómo regionalizar el país". Y por «su sobresaliente trayectoria literaria y pensamiento