Y corriendo, corriendo, azotando las puertas con sus vuelos de seda, desde el tocador al gabinete y desde el armario al espejo, siempre en el retoque de ultima hora; buscando el alfiler o el abanico que perdian su cabecilla de loca, volviendose desde la calle para cenir a su garganta el collar, haciendome entrar todavia por el panolito de encaje olvidado sobre la silla, saliamos al fin todas las noches con hora y media de retraso, aunque con luz del sol empezara ella la archidificil obra de poner a nivel de la belleza de su cara la delicadeza de su adorno. Gracias habia que dar si cuando al primer farol, ella, parandose, me preguntaba: "Que tal voy?", no le contestaba yo: "Bien, muy guapa", con absoluto convencimiento; porque capaz era la nina de volverse en ultima instancia al tribunal supremo del espejo, y entonces, ¡adios, teatro!..., llegabamos a la salida. Como ocurria muchas veces. Ella muy de prisa, yo a su lado, un poco detras, no muy cerca, con mezcla del respeto galante del caballero a la dama y del respeto grave del groom a la duquesita. Cuando en la vuelta de una esquina rozaban mi brazo sus cintas, yo le pedia perdon. Mirabala sin querer a la luz de los escaparates, y cuando alguna mujer del pueblo quedabase parada floreandola, yo la decia: "Mira, oyes?", y sonreia ella triunfante como una reina...
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