Jules Renard quiso ser escritor, quiso exorcizar su infancia, quiso ser creativo, honesto, laico, moralmente intachable, sin ser anodino. Pero, ay, los círculos parisinos del siglo XIX valoraban obras maratónicas, y Renard apenas lograba algunos cuentos y obras teatrales de indudable gracia pero distantes de semejantes parámetros bibliométricos. Solo tras su muerte, con la publicación de su Diario, se reveló la dimensión de su talento. Allí, desde los 23 años y hasta su muerte, Renard anotó pensamientos, aforismos y observaciones que hoy siguen sorprendiendo: "Entre mi mente y yo siempre hay una capa que no puedo penetrar". Entre el campo y París, entre la Comedia Francesa y su granja, Renard recrea su mundo con ironía y afecto quirúrgico: su esposa, su criada, sus vecinos, los grandes escritores de su tiempo e incluso su madre, con quien tuvo una relación como mínimo tirante. La selección que aquí presentamos, prologada por María Gainza, reúne esas oraciones que buscan la intensidad de lo breve, la frase justa que ilumina un instante y lo hace perdurable. En cada anotación Renard nos recuerda que la literatura puede ser íntima, portátil y profunda, y que un diario no solo registra la vida, sino que la transforma.
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