Porque no importa cuántos ejércitos mande ni cuántos súbditos le rindan pleitesía, el olor a mierda no se puede ocultar con perfume, ni con mentiras, ni con fusiles. En el baño, el dictador se sienta en su trono literal y se enfrenta a la única verdad ineludible: todos cagamos, apestamos, envejecemos y, lo peor, a veces nos cagamos de miedo.
Mientras afuera es un dios intocable para sus seguidores, adentro lucha contra flatulencias traicioneras, diarreas nerviosas y una soledad que ni su más fiel guardaespaldas puede romper. Se masturba para calmar la paranoia porque confiar en alguien es como jugar a la ruleta rusa, come grasa a escondidas porque el estrés le sube el colesterol, y se le cae el pelo a raudales gracias al susto eterno de que lo invadan, lo traicionen o se quede sin dinero para comprar la lealtad de los militares que lo sostienen.
Ahí, en ese pequeño cuarto con olor a podredumbre y verdad, se derrumba el mito. No es un dios, ni un superhombre: es un ser con canas en lugares insospechados, con olor a chucha que ningún perfume puede tapar, con migrañas permanentes y miedo hasta para hacer caca.
Esta es la historia que los libros nunca cuentan, la realidad que el dictador nunca quiere que sepas. Porque detrás de cada decreto brutal y de cada discurso grandilocuente, hay un hombre que también se caga, huele mal, envejece y sufre como cualquiera... solo que con más paranoias y menos papel higiénico.
Bienvenido al trono más incómodo y humillante del mundo: el baño del dictador. Donde el poder se encuentra con la mierda... y la humanidad se revela, aunque nadie quiera admitirlo.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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