Lo que comienza como un atraco de antología se transforma rápidamente en un descenso a los infiernos psíquicos. Atrapados en las entrañas palpitantes de la cámara acorazada, los ladrones se convierten en la presa de un sistema de defensa que no se contenta con mutilar los cuerpos, sino que ataca los cimientos del alma. La confianza se resquebraja y cada sombra parece acusar a un traidor entre ellos. Para los amantes del horror metafísico y la ciencia ficción conceptual, esta novela es una inmersión en los abismos de la conciencia. Un puzle existencial donde el precio de la supervivencia podría ser el sacrificio de la propia identidad. Una reflexión magistral sobre la culpa y los fantasmas interiores, esta obra de terror literario es una lectura indispensable cuya resonancia persistirá mucho después de haber cerrado el libro.
"El aire no tenía aroma. Tenía una textura: polvo fino y el sudor de sueños en descomposición. Era el aliento del Highveld, y Willem Strydom lo llevaba en sus pulmones como una enfermedad. Estaba de pie en el porche de su pequeña granja deteriorada, sus manos-unas manos de sepulturero, de disecador-aferradas a la barandilla de hierro. El metal estaba caliente, pero el calor no venía del sol. Se filtraba desde dentro del acero, una fiebre lenta y antinatural.
Ante él yacían las montañas, no como un moretón, sino como un cadáver gigante bajo una manta púrpura. La nube que se acumulaba sobre ellas no estaba pesada por la lluvia. Estaba pesada por el silencio. Un silencio espeso, húmedo, que devoraba el sonido.
Dentro de la casa, el silencio era peor. No era la ausencia de sonido. Era la presencia de algo que debería haber estado muerto hace tiempo, pero que aún respiraba. Era la sensación de alguien detrás de tu hombro, aunque supieras que la habitación estaba vacía."
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