Pero el humor político tiene sus efectos secundarios: aquellos redactores, con más ingenio que ropa planchada, lograron lo impensable. Reivindicaron la palabra. Lo que comenzó como burla terminó convertido en símbolo de distinción. Para mediados del siglo XIX, ser cachaco ya no era sinónimo de desaliño, sino de refinamiento. Los mismos jóvenes que antes desafiaban el poder se transformaron en abogados, poetas y burócratas que discutían el libre comercio entre sorbos de café. Los antiguos rebeldes de saco gastado se convirtieron en el modelo del buen gusto bogotano: hombres de ideas ilustradas, defensores del verbo correcto, obsesionados con la compostura.
Detrás de esa metamorfosis había un mensaje político disfrazado de elegancia. Quienes se apropiaron del término pertenecían a la élite que construiría el nuevo Estado y su imaginario cultural. Si los líderes del pensamiento, de la poesía y de la gramática se autodenominaban cachacos, el término no podía sino ascender en el escalafón simbólico. Ser cachaco pasó entonces de ser una posición ideológica a ser una actitud estética: la de mirar a Europa mientras se tomaba chocolate en la Candelaria, la de corregir una tilde con la misma seriedad con que se discutía la Constitución.
El tiempo, como siempre, hizo de las suyas. Lo que comenzó siendo rebeldía terminó convertido en tradición, y el cachaco, aquel joven que agitó ideas liberales, acabó transformado en el guardián del decoro y la etiqueta. La elegancia se institucionalizó, el humor se volvió discreto y la ironía reemplazó la pasión. Así nació el mito del bogotano de porte sobrio, de palabra medida y de abrigo impecable.
Aun así, sería un error creer que el cachaco pertenece solo a los apellidos capitalinos. Bogotá, desde sus orígenes, fue un mosaico de inmigrantes, de mestizos, de artesanos y soñadores. Las familias que dieron forma a su élite venían de todas partes: de Cartagena, del Socorro, de Cali. Quien hable hoy de "bogotanos puros" no hace sino exhibir una confusión pretenciosa; la capital nunca fue de sangre limpia, sino de mezcla brillante.
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