Lo que escribe Rainer María Rilke sobre Auguste Rodin es el texto de un poeta sobre el milagro de la escultura. Son palabras escritas con la precisión de un cincel, que no permite correcciones. El cincel y la pluma, el uno duro y pesado, la otra frágil y leve, se hermanan en un propósito arduo que es tratar de explicar un medio artístico a través de otro y hacer de ambos, la escritura y la talla, una sola búsqueda de la belleza. Rilke, fascinado por la obra de Rodin, lo consigue. De esa relación de adoración del joven poeta por el anciano escultor, que aflora en uno de los artículos de este libro, he tomado ese título porque resume a la perfección un deseo: que alguna de las frases que aquí se consignan perduren más allá del trajín diario de su publicación en un periódico. Lo que hace un columnista de periódico, ambas especies en vía de extinción, es aspirar a que su opinión mantenga su frescura a través del tiempo, para que no sea un oficio del todo banal. Mis agradecimientos a la Universidad del Valle, que ha sido mi casa por tantos años, cuyo Programa Editorial y cuyo prestigio me dan, con la publicación de estas notas sueltas de El País de Cali y Las2orillas de Bogotá, la pretensión de considerarme un escritor que ha batallado con la pluma como si fuera un cincel.
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