En 1928, el físico Paul Dirac postuló una ecuación que reconcilaba la mecánica cuántica con la relatividad especial. Esta ecuación matemáticamente elegante tenía una implicación desconcertante: por cada partícula de materia, debía existir una antipartícula equivalente pero opuesta. Dirac había predicho teóricamente la existencia de la antimateria, una sustancia espejo que, al entrar en contacto con la materia ordinaria, produciría una aniquilación mutua y la liberación de energía pura. Lo que comenzó como una curiosidad teórica se reveló como una fuerza fundamental de la creación cósmica.
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