Entonces aparece ella: una desconocida de vestido corto, piel cálida y sonrisa cómplice, que le ofrece un cepillo, una palabra y, de pronto, una caricia que rompe todas las defensas. Entre dedos que rozan su pecho, aliento en el oído y frases suaves como seda, Cassandra comprende que su feminidad no es un accesorio, sino una fuerza indomable. Steele retrata con delicado descaro la atracción entre mujeres, el despertar inesperado y la dulce violencia de ser finalmente vista. Porque a veces basta una mano en el lugar exacto para recordar quién eres de verdad.
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