El filósofo mexicano Adolfo Menéndez Samará (1906-1954) tenía dos vicios y dos preocupaciones. Sus vicios eran el cigarro y algo que él denominaba el "afán de saber". Sus preocupaciones eran Dios y el prójimo. Es decir, el Otro con mayúscula y el otro con minúscula. El misterio de la divinidad y el misterio no menos insondable de la colectividad. Sus dos preocupaciones podían resumirse en una sola: la pregunta por los límites de eso que jactanciosamente señalamos con el pronombre "yo" y que no es más que una aparición contingente en el tumultuoso devenir del ser. Menéndez Samará murió repentinamente un domingo de enero de 1954, en su casa de Coyoacán. Desde entonces su figura no ha hecho más que desdibujarse. No habría segundas ediciones de sus obras. No habría discípulos que continuaran sus disquisiciones sobre "la presencia perturbadora del tú" y las "resonancias vivenciales". No quiso adscribirse en vida a ningún grupúsculo universitario. Preservó celosamente la independencia de su pensamiento a costa de un olvido prematuro. Estamos ante una rara avis de la filosofía mexicana. Un pensador de primera línea con los méritos y las credenciales suficientes para que se le levante su condena de ostracismo y sea incorporado de lleno a nuestra tradición. Sus tesis sobre la alteridad (ese "nosotros" previo a la distinción "yo-tú") son sorprendentemente visionarias y vigentes. No estamos ante un planteamiento filosófico trunco o en agraz. La filosofía que segamos en este libro es una filosofía madura y con peso propio.
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