La ciudad estaba en silencio, pero el peligro se sentía en cada esquina. Sobre nosotros, el cielo gris cubría los edificios derrumbados, y las sombras de criaturas reptilianas se movían entre las ruinas. El niño levantó la cabeza, sus ojos blancos por un instante, y dijo con voz hueca:
-Vienen... no son humanos.
Seis lagartos avanzaban a zancadas, rápidos y hambrientos, persiguiendo a los últimos supervivientes. Sus vapores oscuros derretían el cemento y llenaban el aire de un hedor que quemaba la garganta.
La pirámide, distante y silenciosa, parecía asentir. Sus sombras se movieron una vez más, dejando un destello rojo entre la arena, como un recordatorio de que la aventura nunca termina del todo.
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