"Es como dar vuelta la almohada. Hay noches de verano sin ventilador en las que permanecemos apoyados de un lado de la almohada, hasta que algo hace que nos despertemos: el calor, un calambre, la posibilidad de darle la vuelta y sentir el placer de la frescura que tenía el otro lado, ese que no estábamos aprovechando y que también era nuestro". Todos los días que fui feliz, un libro que dio vuelta la almohada después de años apoyada en el lado que ardía. Ahora descansa en la frescura de un sueño: la vida. Todos mis recuerdos son maravillosos. Fui muy feliz. Y no es tan común serlo, sobre todo después de haber caminado sobre la cornisa, y desear con toda mi alma volver a cuando miraba los caballos desde mi ventana y ese mismo día organizaba un campamento con amigas. Fui muy feliz y me traje todo eso para que nunca se me olvide. Mi vida es mi ofrenda, mis libros se convierten en un repertorio de canciones a la memoria, un latido a la vida, un refugio para las voces que merecen ser acompañadas, una morada que despierta las luces dormidas, el alba, cuando la herida se acuesta en un sillón, una aurora infinita, nido de lobas, un canto silencioso, una paradoja, un grito, la casa del latido. Mis libros son casas que ocupé, casas que abandoné, que volví a visitar después de años, casas en las que ya no me hospedo pero que recuerdo finalmente con ternura y profundo amor. Las casas de mi vida. Abro por quinta vez las puertas. Oficiales. Porque llevan abiertas toda una vida, solo que ahora le puse una altura y nombre de calle. Todos los días que fui feliz.
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